Historia Triunfal // Memorias Automovilísticas - Circuito Central Colombiano 1967 - Un Relato de Hernán Gaviria Mejía

Por: Francisco Mejía-Azcárate
Esta historia es un relato real de su protagonista Hernán Gaviria Mejía. La escribo, con todo el cariño y admiración por este extraordinario ser humano, que en sus años mozos fuera uno de los mejores automovilistas de esta bella nación, y para que le quede a las nuevas generaciones un registro histórico e imborrable de sus hazañas que tanta alegría nos trajeron a quienes tuvimos la fortuna de vivirlas. 

Etapa Nº1 – Bogotá – Cali
Fecha – Junio 1 de 1967
Distancia – 505 kilómetros
Ganador – Hernán Gaviria Mejía
Auto Nº – 30
Marca – Ford
Modelo – Fairlane 500 (1957)
Motor – V-8 de Persecución / 312 pulg³ (5.112,7 cc)
Tiempo – 4 horas, 41 minutos, 11 segundos
Velocidad Promedio – 107.075, km/h
Región Representada – Municipio de Cartago, Valle del Cauca

Era jueves, 1 de junio de 1967, y la hora de la partida se había programado para las 6 a.m., al frente del cuartel de la Policía Nacional, en Bosa (Cundinamarca). Se trataba de una prueba contra reloj y cada vehículo partiría con 2 minutos de diferencia del anterior. Se organizó de tal manera que los carros con mayor potencia arrancaran de últimos y los de menor cilindrada de primeros. Mi copiloto en esa prueba fue Jairo Grajales.


Salimos del punto de partida, después de un Ford Falcon automático, modelo 1966, de la categoría ‘Turismo Clase 6’, conducido por Diego Sanin, al cual dimos alcance llegando al Alto de San Miguel, y lo sobrepasamos.

Al descender cruzamos las poblaciones de Fusagasugá, El Boquerón, Melgar y Girardot. A pesar de la velocidad con la que viajábamos, (180 km/h), el carro no sufrió alteraciones de ninguna clase, y llegando a Girardot adelantamos a Heinz Shon, y desde ahí en adelante tomamos carretera plana, asfaltada y en perfectas condiciones, rumbo a El Espinal.

El tacómetro del vehículo marcaba 5.000 rpm y el velocímetro 190 km/h, cuando Jairo, mi copiloto, me gritó que detrás de nosotros venía un carro acercándose y además me recordó que las recomendaciones del mecánico era no pasar el carro de las 4.500 rpm, y que hacía rato veníamos por encima de ese límite, (la ventaja es que ese era un motor de persecución), a lo cual le respondí: “Pues me falta hundirle un cuarto del acelerador ¿y quién es el ‘cocacolo’ que viene detrás?” … Jairo inmediatamente me respondió: “Es un viejito y no crea, Ud tiene 26 años y ese señor 56, es nada menos que don Luis Rafael, ‘El Ganso Garzón’, el más famoso de Colombia”. Le repliqué: ¿Y es que el motor de él es de los que no se funde?... y me respondió sabiamente: “No, ese es motor de un Cadillac Coupé DeVille ’55, y es más fino que este”.

1957 Ford Fairlane 500, conducido por Hernán Gaviria Mejía (Foto: Gustavo Mejía)
1957 Ford Fairlane 500, conducido por Hernán Gaviria Mejía (Foto: Gustavo Mejía)

Ese híbrido con motor Cadillac, corría en la categoría ‘Mecánica Nacional’ clase grande, y él era, hacía muchos años, un señor y experimentado piloto, de los mejores de Colombia. Su carro tenía el número 42, con carrocería antigua de un Chrysler 39, guardabarros volados, parecidos a los del carro de los hermanos argentinos Oscar y Juan Gálvez, que corrieron la carrera “América del Sur”, desde Buenos Aires a Caracas, y que pasó fugazmente por Colombia, la cual pude disfrutar cuando yo apenas tenía 8 años, y fue a partir de ese momento que nació mi afición por este emocionante y bello deporte de la velocidad.

El ‘Garzón Special’ en aquellos días // El ‘Garzón Special’ en Motor-Clásica 2010 

Volviendo a la carrera, mi copiloto me dice: “se acerca a 200 y nosotros vamos a 190 y a full revoluciones”, entonces le dije: cierre bien las ventanas para que no se salga la chequera que vamos a volar. A los pocos minutos me dice “Vamos a 5.500 rpm y a 220 km/h, se perdió la aguja y se desapareció el viejito; aflójele que va a estallar el motor. Le hice caso y bajé la velocidad a 190 km/h y las rpm bajaron a 5.000, y a los dos minutos lo teníamos atrás otra vez acercándose.

El carro del ‘Ganso’, tenía problemas de aerodinámica y, a 200 km/h, empezaba a flotar o ‘encangurarse’, quedando la dirección en el aire, en cambio el diseño del Fairlane mío lo hacía muy estable a grandes velocidades, ya que la forma de la carrocería cortaba el viento espléndidamente, tal como lo anunciaban en la publicidad: “Fairlane: Veloz, como flecha al viento”.

Así atravesamos todo el plan del Tolima, el viejito nos alcanzó tres veces pero no pudo sobrepasarnos, acto seguido le dije a Jairo, mi copiloto, para correr no se necesitan muchas cosas, sino simplemente verraquera. Al entrar a Ibagué, había una doble calzada, y la carrera se enfiló por la calzada derecha, y ahí fue cuando nos dimos cuenta que el ‘Ganso Garzón’, nos iba pasando de manera irresponsable por la calzada izquierda, haciendo un ruido infernal y poniendo en peligro la integridad física de los espectadores que estaban apostados a un costado de la avenida esa, afortunadamente, nada pasó y él tomó la vía a Cajamarca primero que nosotros, yo preocupado por el público, baje la velocidad y dejé que se fuera.

Con el acelerador a fondo Hernán Gaviria Mejía llevó su Fairlane 500 al límite todo el tiempo

Jairo, mi copiloto, me tenía al tanto de la situación y me informó que los había tomado un kilómetro de ventaja, lo cual era predecible debido a que habíamos desacelerado para evitar accidentes, pero sabía que después de Calarcá, lo alcanzaríamos y lo haríamos “encangurar” otra vez, pero no hubo necesidad… Llegando al ‘Alto de la Línea’, lo encontramos en una curva sacando el gato, pero se había estacionado en toda la mitad de la carretera para no dejar pasar a nadie, sin embargo, no cayó en cuenta que había dejado un espació entre el carro y el barranco, y yo que venía subiendo a unos 100 km/h, lo vi, lo medí, disminuí la velocidad, y me aventé por ahí, y justo cuando nos miró, Jairo le gritó “adiós don Rafaél, ahí está pagando lo que nos hizo en Ibagué, la próxima vez cuádrese mejor para que no se lo dañen”. Un kilómetro más arriba, pasé a mi hermano Jaime que representaba a Pereira, ‘La perla del Otún’.

Estando en la cumbre de la montaña empezó a llover y la carretera se puso lisa y peligrosa, por lo que mermé la velocidad y mi hermano Jaime aprovechó y me pasó, con tan mala suerte que se fue contra la cuneta de la carretera en una curva, quedándose pegado en el lodo, mientras tanto, nosotros dimos dos ‘trompos’ afortunadamente sin consecuencias, claro que con solo ver lo cerca que quedamos del precipicio, las piernas me temblaban, pero no podíamos desfallecer, le echamos ánimo y prudencia , llegando a Calarcá, sin novedades.

Aquí el Nissan Cedric de Jaime Gaviria Mejía, pasando por uno de los tantos pueblos en la vía

En la estación de gasolina de Calarcá pedimos que nos llenaran los dos tanques de 18 galones c/u. Estábamos estirando las piernas y conversando sobre lo extraño que nadie nos alcanzara cuando bajábamos de ‘La Linea’, a pesar de lo lento que lo hicimos cuando escuchamos el rugir de unos motores y aparecieron nueve carros, encabezados por el ‘Ganso Garzón’ y los otros eran: Jaime Villegas, Valerio Hoyos, Moisés Volovitz, Guillermo Valencia, Jaime Gaviria (mi hermano) , Efraín Murcia, Fabio Escobar y Armando Gómez, nada más, ni nada menos que la’ crema y nata’ del automovilismo nacional de esa época.

Al ser una carrera contra reloj, era muy extraño que aparecieran tantos autos juntos y me imaginé que la varada de don Rafael, atravesado en la vía, los frenó a todos, entonces di orden de llenar un solo tanque y con suerte, aferrados a “Señor de los Milagros” de Buga, llegaríamos a la ciudad de Cali. Inmediatamente salimos raudos hacia la ciudad de Armenia, capital del Departamento del Quindío. Llovía duro, y detrás de nosotros se vino el carro número 33, de Armando Gómez, que no encontró surtidor disponible en la gasolinera de Calarcá. Se nos pegaba demasiado a nuestro bumper trasero, yo le hacía señas para que nos adelantara, pero no lo hacía; saliendo de Armenia hacia Caicedonia, la calzada era más amplia y decidí detenerme para ver qué era lo que le pasaba a Gómez, porque sentía que me quería sacar de la vía, pero cuál no sería mi sorpresa, cuando lo vi meterse a la gasolinera que había a un costado de la carretera. Esto me hizo recordar un dicho de mi tierra…”estaba cañando”, venía chupado porque no tenía gasolina. En eso mermó la lluvia, el tiempo mejoró y aumentamos la velocidad. Sentimos una gran emoción al pasar por los pueblos y veredas, mirando esos bellos paisajes cafeteros, donde la gente salía a saludarnos con sus ponchos, sombreros y banderas de nuestra Colombia querida que tanto amamos.

Antes de llegar a Sevilla, vimos varado el carro de Jairo Gómez de Manizales, gran amigo y buen corredor, en su Mercury Comet Cyclone de color azul, razón por la cual se ganó el mote o apodo “El Azulejo”, quien junto con su copiloto estaban sentados a un lado de la carretera comiendo frutas… una tijera de la dirección les había jugado una mala pasada. Salimos de Sevilla, después de una calurosa bienvenida y por La Astelia, descendimos al Valle de San Marcos, antes de la ‘Curva del Violín’ desde donde se divisa el majestuoso Valle del Cauca, despensa agrícola de Latinoamérica.

‘El Azulejo’ era este Mercury Comet Cyclone de Jairo Gómez de Manizales

En una larga recta encontramos a nuestros paisanos, los cartagueños, quienes se habían madrugado para ver el paso de la carrera, blandiendo sus pañuelos blancos y dándonos vítores, saludos y gritos de aliento. Fue entonces que empecé a sentir una extraña vibración en la dirección, como si pasáramos una carretera rizada, pero no, eran nuestros paisanos que habían arrojado sus chaquetas a la carretera y varias de ellas se enredaron en el cardan y las ruedas, un saludo peligroso el que nos hicieron los cartagueños a nuestro paso. Al llegar al caserío de La Uribe, existe una curva a la izquierda de 90º, muy peligrosa para quien no la conoce, ya que está justo después de una recta. Allí se ubican los mejores aficionados de esa región, los más conocedores y producía mucha alegría el grito de “ahí viene el primero”.

De ahí nos enfilamos hacia Bugalagrande, a un muy buen promedio de velocidad, y con el carro comportándose a las mil maravillas, en cuanto a temperatura, presión de aceite, y todo lo demás. En unos cuantos minutos ya estábamos en Andalucía, la tierra de la gelatina blanca y negra, de pata de res, y nos enfilamos por esa famosa calle larga, donde todos los aficionados, muy aconductados y conocedores del peligro permanecieron casi inmóviles en sus puestos. Era tradición que cada vehículo llevaba una sirena indicando el paso de la competencia, además de que cada carro iba con las luces prendidas y la bocina sonando, indicando a los habitantes de los diferentes pueblos que estaba pasando la carrera. Al pasar por Tuluá, vimos al lado de la vía al gran amigo Antonio J. Montoya ‘El Caucano’, un cartagueño que se había ubicado solo y estratégicamente para que lo pudiéramos distinguir y su saludo no pasara desapercibido, pues cuando uno pasa a gran velocidad entre la multitud es casi imposible distinguir un rostro conocido.

Cuando estábamos llegando a la ciudad de Buga, mi copiloto me informa que arriba de nosotros volaba una avioneta y que estaba haciendo maniobras para tratar de alcanzarnos y seguir nuestro ritmo de carrera, pero no lo logró porque esas avioneticas solo llegaban a 160 km/h y en varias oportunidades tuvo que hacernos travesía para podernos ubicar. Alcancé a distinguir al piloto, era don Ítalo Salamina, amigo y competidor de carros, estaba filmando la competencia acompañado de otro gran corredor, el pereirano Hernán González. Hubo un momento en que se nos adelantaron y aterrizaron en la carretera y cuando el público de volcó sobre ellos, se volvieron a elevar de nuevo, así estuvimos jugando al gato y al ratón durante mucho trecho.

Entrando a Buga, nos esperaba otro ‘chaparrón’ y las calles se encontraban muy mojadas. Continuamos hacia Guacarí, El Cerriro y llegando al Río Amaime, en la recta del Ingenio Providencia, alcanzamos a Héctor Echeverry y Gloria Lara, quienes conducían un Peugeot, identificado con el Nº10, y representaban a Bogotá. Los pasamos a una velocidad de 190 km/h.

En la ciudad de Palmira, el copiloto me advierte que solo nos quedaban dos rayitas del último cuarto en el tanque de gasolina y que de ahí hasta Cali, no quedaban estaciones de gasolina, por lo que optamos por rezarle a nuestro común amigo, “El Señor de los Milagros” de Buga, subir la velocidad a 200 km/h, pasar el carro a neutro y cuando llegaba a 160 km/h, volver a llevarlo a 200 km/h y así sucesivamente hasta que llegamos a Cali, la Sultana del Valle. Con esa táctica, economizamos algo de gasolina. Antes que nosotros habían llegado ya los hermanos Álvaro y Francisco Azcárate, de Buga, quienes corrían en dos hermosos Mercede-Benz 250, del año, con los números 20 y 19 en las puertas. Cuando miramos la aguja del medidor de combustible, esta estaba en ‘empty’. El ‘milagro’ ya estaba hecho, ahora faltaba el otro milagro y era saber si éramos los primeros según los tiempos de los que faltaban por arribar. Al ratico llegaron a la meta: Guillermo Valencia con el Nº36, compañero de Cartago, Moisés Volovitz, Valerio Hoyos, Jaime Villegas, el ‘Ganso’ Garzón y otros más.

Esperamos con paciencia la decisión de los jueces y cronometristas de la carrera, y al fin el jefe de comisarios levantó la bandera a cuadros y comunicó a la entusiasta concurrencia: Señores, el ganador absoluto de esta competencia es el automóvil con el Nº 30, conducido por Hernán Gaviria mejía, de la ciudad de Cartago y afiliado al Club de Occidente. El tiempo utilizado para esta penosa travesía fue de 4 horas, 41 minutos y 11 segundos, desde la ciudad de Bogotá hasta la ciudad de Cali. Habíamos pulverizado el record anterior de 5 horas y 04 minutos, impuesto por Jaime Villegas. En la meta disfrutamos saludando a nuestros amigos, periodistas familiares y a mi hermana Norma. (Ver foto).

Hernán Gaviria Mejía, siendo felicitado por su hermana Norma en el sitio de meta en Cali

Al llevar el carro al estacionamiento cerrado para ser revisado y alistado para la segunda etapa entre Cali y Medellín, nos quedamos varados por falta de combustible y tuvimos que empujarlo hasta la estación de gasolina más próxima que estaba a unos 300 metros del sitio de meta.

Al presentarnos a la premiación que se realizó en el teatro del Hotel Aristi, nos llevamos una sorpresa porque había únicamente tres trofeos en plata Ley 0.900… uno para el mejor tiempo en todas las categorías, otro para el mejor auto no acondicionado o modificado, y el último de ‘Liquido Gardiol’ para el mejor ubicado del “Auto Club de Occidente”…mejor dicho todos fueron para nuestro Ford Fairlane 500. La emoción nos produjo a Jairo y a mí algo entre dicha por el triunfo y los trofeos, y vergüenza con los otros participantes porque nos los llevamos todos. Para colmo de males, el directivo que oficiaba la ceremonia remató con esta frase: “Señores, váyanse a dormir tempranito para ver si alcanzan algo para mañana, porque aquí en esta mesa ya no hay más trofeos”.

Hernán Gaviria Mejía recibiendo uno de los trofeos – En la segunda foto Hernán y Jairo con dos de los trofeos

Una vez terminada la premiación, indagué sobre el hecho de que a Calarcá hubieran llegado nueve carros juntos y me confirmaron que “EL Ganso Garzón” se había anclado en un barranco de la curva donde se había ‘encunetado’ mi hermano Jaime en el Nissan Cedric con el número 22, por lo cual le tocó sacar una manila y los venían atrás les tocó ayudar a sacarlo, para poder pasar.

Lo más importante de este triunfo es que ganamos con un auto de turismo de serie a los grandes de la ‘Mecánica Nacional’, de más alcurnia, como el carro de Jaime Valencia, quien paró el cronómetro solo tres segundos por encima de nosotros. No lo podíamos creer. Nos parecía imposible, que nosotros, en el carro de la casa, sin ninguna modificación, con sus bumpers originales, todos sus biseles, caja de tres velocidades al timón, asientos originales y con un carburador estándar de cuatro bocas que consumió 54 galones de gasolina en 505 kms (27.270 kms/galón) pudiéramos realizar la proeza de vencer en franca lid a los más grandes automovilistas de Colombia en todas las categorías.

Aquí Hernán Gaviria Mejía, posando frente al (1957) Ford Fairlane 500, que aún ostenta el record entre Bogotá y Cali

Esta es una foto del Fairlane 500 en 1990 - A la fecha el carro sigue en poder de Hernán Gaviria Mejía, quien quisiera restaurarlo y busca apoyo para ello

Etapa Nº2 – Cali – Medellín
Fecha – Junio 2 de 1967
Distancia – 487 kilómetros
Ganador – Valerio Hoyos
Auto Nº – 40
Marca – Ford
Modelo – 1956
Tiempo – 4 horas, 05 minutos, 14 segundos
Velocidad Promedio – 120.843, km/h
Región Representada – Municipio de Manizales, Caldas.

Después de dormir plácidamente, con la tranquilidad del deber cumplido y la satisfacción de haber efectuado ‘semejante’ hazaña el día anterior, en la que habíamos puesto un punto muy alto en ese automovilismo de ciernes de este país al batir ampliamente el record entre las ciudades de Bogotá y Cali, nos dispusimos a salir hacia Medellín, la ciudad de la eterna primavera. La partida, se efectuó en el mismo sitio de meta del día anterior, es decir: Carrera 1ra con 62, frente a la fábrica de la multinacional Gillette de Colombia, S.A.

A las 6:00 a.m. en punto, se bajó la bandera a cuadros para el Volkswagen piloteado por Lucy de Rojas, y de ahí en adelante, todos los competidores saldríamos con una diferencia de un minuto en relación con el carro anterior. Nosotros partimos de Cali, a las 6:19 am, rumbo a Palmira, “Capital Agrícola de Colombia”. Con una carretera en perfectas condiciones en medio de un día soleado y fresco, en el que los rayos solares acariciaban cálidamente nuestros rostros, y el rey sol se veía en lo más alto de la vertiente oriental de nuestra cordillera, nos hacía presagiar un gran día de singular belleza. Desde el inicio la carrera se desarrollaba tranquila e intrépidamente a gran velocidad por las muy buenas carreteras que cubren las extensas planicies del Valle del Cauca, de sur a norte, sin que se presentara ningún incidente que lamentar.

El Mercedes-Benz de Álvaro Azcarate Rivera, esperando la largada para la etapa Cali/Medellín (Foto El País)

Al paso de la carrera por la ciudad de Buga, ya habíamos recuperado tres puestos lo que nos ponía en el décimo sexto lugar y habíamos cronometrado los mismos 29 minutos que Heinz Shon y Fabio Escobar. Los altos promedios de velocidad por estas carreteras planas del Valle eran la constante. Al paso por Zarzal, mi hermano Jaime se había hecho con el primer lugar en su Nissan Cedric (22), cronometrando 59 minutos, lo cual era asombroso, porque ese era una automóvil de baja cilindrada.

Jaime Gaviria Mejía, a su paso por la ciudad de Cartago

Mientras tanto, mi Ford Fairlane, ya se ubicaba en el noveno puesto y habíamos cronometrado 53 minutos en ese mismo recorrido, mientras nos acercábamos raudos a nuestra querida ciudad de Cartago, la del “Mariscal Jorge Robledo”, y sus habitantes, entre ellos muchos amigos, e hinchas acérrimos de los pilotos que representábamos esa ciudad, nos estaban esperando desde tempranas horas a lado y lado de la vía para alentarnos mientras observaban el paso de la carrera.

El reloj marcaba las 7:35 a.m. cuando las banderas y los pañuelos se agitaron frenéticamente a nuestro paso y uno que otro clavel de alguna enamorada cayó sobre el capó de nuestro Fairlane. Era como transitar por un jardín de flores, el colorido era impactante y nuestra alegría era inmensa y desbordante al saber que éramos los representantes de una de las cunas del automovilismo nacional. ¡Gracias Cartago!!! ¡Gracias Paisanos!!! …

A su paso por Cartago, el público estaba feliz

Vino a mi memoria en ese momento una anécdota muy especial, pues resulta que cada que íbamos a participar en alguna carrera, (local, departamental o nacional) los amigos nos pedían que cuando fuésemos a partir, sin importar la hora, hiciéramos sonar nuestras sirenas, dándole la vuelta al pueblo. La gente salía en sus pijamas a despedirnos y otros más perezosos, desde sus lechos nos bendecían para que nos fuera bien y no tuviésemos ningún contratiempo en la competencia. Eran definitivamente otras épocas y la gente era muy diferente.

Con todo esto en mente cruzamos de sur a norte nuestra querida ciudad de Cartago, y un halo de felicidad nos embargó. Continuamos rumbo a Cerritos y la Virginia, puerto emplazado sobre la rivera del Río Cauca. A nuestro paso por Cerritos, ya estábamos en el quinto puesto, cronometrando 1 hora y 21 minutos. Delante de nosotros estaban los hermanos Azcárate de Buga, en sus autos Mercedes-Benz 250, mi hermano Jaime y Héctor Echeverri. En la ciudad de Anserma paramos a cargar combustible y nos encontramos el carro Nº22, de mi hermano Jaime, en las mismas. Proseguimos a Ríosucio, y antes de coronar el ‘Alto del Tigre’, vimos estacionado a un lado de la carretera el carro de Héctor Echeverri y Gloria Lara; una piedra les había roto el parabrisas y estaban sacando los vidrios para poder continuar en competencia.

Pasamos por Supía, bordeamos el Río Cauca, y en nuestro recorrido hacia La Pintada, aprovechamos las largas rectas y el buen estado de la carretera para desarrollar las máximas velocidades posibles, encontrándonos pequeños y esporádicos derrumbes que afectaron el accionar de los participantes en la competencia, pero no hubo accidentes. Ya en ese momento, nos encontrábamos en el tercer lugar, y delante de nosotros solo iban los hermanos Azcárate de Buga, en sus modernos Mercedes-Benz 250. Con la intención de alcanzarlos, iniciamos nuestro ascenso hacia el Alto de Minas, y llegando a Santa Bárbara, nos encontramos una curva con lodo y nos deslizamos hacia el barranco, dañando el stop trasero, y al rebotar, la farola derecha sufrió también las consecuencias del golpe. Gracias a Dios, no nos pasó nada grave, aunque perdimos algo de tiempo quitando el barro de los bumpers.

En esta fotografía se alcanza a apreciar el Fairlane con daño sufrido en la farola derecha

Nos detuvimos a poner gasolina en la estación de Santa Bárbara, pero salimos tan de prisa, que no caímos en cuenta de asegurar bien la tapa del tanque y esta se cayó y empezamos a regar gasolina en todas las curvas de la carretera. Me tocó detenerme y hacer una bola con un trapo de dulce-abrigo y ponerlo ahí para que hiciera las veces de tapa, con tan mala suerte que al poco rato se cayó y nos tocó repetir la misma operación. Nadie nos dio alcance a pesar de los percances sufridos, pero tampoco pudimos alcanzar a los hermanos Azcárate. Ya, al coronar el Alto de Minas, empezamos el descenso al Valle de Aburrá. Me sentía como en el Rally de Montecarlo, con los aficionados paisas alineados a lado y lado de la carretera dándonos vítores y aplausos a medida que descendíamos a la bella ‘Tacita de Plata’, Medellín.

Aquí, cruzando la meta en Medellín

Llegamos a la Autopista Sur, y debido a la gran cantidad de público en la vía no vimos la línea de meta, pasando de largo. Jairo, mi copiloto, me hizo caer en cuenta de lo que acaba de hacer y nos tocó regresarnos para entregar la respectiva planilla, única prueba que soportaba el cruce por la meta de llegada.

Detrás de nosotros llegó Valerio Hoyos, quien cronometró el mejor tiempo del recorrido con 4 horas, 05 minutos y 14 segundos, en su Ford 56, en la categoría ‘Mecánica Nacional’. Fabio Escobar, en el auto Nº 31, fue el ganador de la categoría ‘Turismo Clase 6’. El nuestro fue el segundo mejor tiempo de esa categoría pero continuamos con el liderato en la clasificación general de la categoría. Ese día 2 de junio de 1967, no hubo premiación, así que nos dirigimos a revisar el carro y luego nos fuimos al Hotel Nutibara para darnos una buena ducha y tener un merecido descanso.

Ford Fairlane 500 Sport Coupé '64 de Fabio Escobar - Foto Gustavo Mejía

Etapa Nº3 – Medellín – Manizales
Fecha – Junio 3 de 1967
Distancia – 329.53 kilómetros
Ganador – Rafael “Ganso” Garzón
Auto Nº – 35
Marca – Chrysler con motor de Cadillac ‘55
Modelo – 1939
Tiempo – 3 horas, 21minutos, 32 segundos
Velocidad Promedio – 98.107, km/h
Región Representada – Municipio de Bogotá, Cundinamarca.

Esta vez, la organización determinó que la largada debería ser a las 7:00 a.m., para evitar que el ruido que generaban nuestros vehículos se hiciera muy temprano a nuestro paso por las pequeñas poblaciones cercanas a Medellín. La partida se hizo de la misma manera que se había hecho en Cali, es decir con un minuto de diferencia entre cada uno de los autos en competencia.

Tomamos la ‘Autopista Sur’ rumbo al municipio de Caldas, comúnmente llamado cielo roto, pero por fortuna, ese día no llovió. Raudamente tomamos la salida al Alto de Minas, y Jairo mi copiloto me dijo: “Ahora si me toca a mí, y yo se lo suelto en La Virginia, para que Usted pase por su tierra manejando”… se refería a Pereira, ‘La Perla del Otún’, mi tierra natal. Nos cambiamos con el carro en marcha. Jairo Grajales es un gran piloto, pero con mala suerte como lo van a evidenciar a partir de este momento: Descendíamos hacia Versalles y Santa Bárbara y al tomar una curva muy ceñida, el tanque auxiliar de gasolina empezó a derramar combustible debido a que inexplicablemente se había roto el tubo de salida y el interior del carro se estaba llenando de gasolina. Me pasé al asiento trasero y recostado en el espaldar del asiento delantero, con mis pies amortiguaba el tanque auxiliar, pero no resultó como esperaba, así que opté por amarrarle un trapo alrededor del tubo roto y me volví a pasar al asiento delantero. Al indagar por el comportamiento del carro, Jairo me dijo que los frenos “estaban duros y no cogían”, a lo que le respondí, “amigo copiloto, ponga esta vaina en primera y bajemos con mucho cuidado, que yo mientras tanto me quito el cinturón de seguridad y dejo la puerta entre-abierta por si ocurre una explosión, Usted sabe defenderse y que Dios nos ayude”.

El Chevelle de Luis Fdo Giraldo - Foto Gustavo Mejía L

Con mucha suerte llegamos a La Pintada, cruzamos el puente sobre el Río Cauca y nos detuvimos en una estación de gasolina para tratar saca el combustible de ese tanque con un sifón (manguera pequeña). No fue fácil sacar 18 galones de gasolina con una manguera tan delgada, mientras tanto perdíamos preciados minutos y sin poder hacer nada solo veíamos pasar a nuestros rivales, rumbo a Supía, además limpiamos, hasta donde pudimos, el carro por dentro para evitar una tragedia. Culminado este obligatorio proceso, tomé el timón y mi copiloto alcanzó a decirme: “Hágale hermano que se nos fueron”, se refería a los competidores que nos habían pasado mientras estábamos embromados solucionando el percance.

Al poco rato alcancé a Fabio Escobar, pero al pasarlo se me enlodó el parabrisas y nos tocó parar a limpiarlo, perdiendo aún más tiempo. Más adelante logramos sobrepasarlo y cuando lo hacíamos le gritamos “nos vemos en tu tierra manizaleño”, después ‘cazamos’ a Efraín Murcia en la subida a Ríosucio. Anserma, fue paso obligado y sus campesinos cultivadores de Café, chapoleras, ancianos y niños, salieron a nueso paso mostrando la gracia y donaire de nuestras tierras cafeteras. Luego, descendimos La Virginia, cruzamos Cerritos y a la altura del aeropuerto Matecaña, volvimos a sobrepasar a Murcia que nos había dejado rezagados en la trepada. Que lucha tan interesante con este buen piloto huilense. En las calles de Pereira nos acosó de nuevo y tuve que cederle el paso para evitar un accidente.

En la salida para Santa Rosa de Cabal, nos detuvimos en la estación de gasolina que queda al lado del Club Campestre, y allí estaban algunos amigos y familiares quienes nos confirmaron que delante de nosotros no iba ningún rival directo o de nuestra misma categoría. Pasamos Chinchiná y llegamos a Manizales “La Perla del Ruiz”, la ciudad que inventó las ferias en América.

El Ford Fairlane 500 Sport Coupé '64 de Fabio Escobar por las calles de Manizales

Entregamos la planilla y reloj en mano empezamos a contabilizar minutos y segundos hasta que apareció el carro Nº 31 de Fabio Escobar y después entró el Nº33 de Antonio Gómez, ambos amigos de Manizales, a quienes es día se les había ‘aparecido la bruja’, como decimos en el argot automovilístico, uno porque no aguantó mi ritmo de carrera, y el otro porque una piedra le rompió el radiador; 5 y 10 minutos de diferencia con nuestro tiempo respectivamente, nos dejaba tranquilos para la última etapa. Sin embargo, el mejor tiempo de la carrera lo cronometró Rafael, ‘El Ganso’ Garzón con, 3 horas, 21 minutos, 32 segundos.

Llevamos los autos al parque cerrado para su revisión y alistamiento y allí nos informaron que la premiación sería en el Club Manizales a las 8:00 p.m. Allí llegamos y muy puntualmente se inició la ceremonia, con asistencia masiva de la sociedad manizalita y el personal que acompaña la caravana.

El primer trofeo fue para Rafael ‘El Ganso’ Garzon, de categoría ‘Mecánica nacional’ por haber registrado el mejor tiempo de la etapa. El Señor Garzón, era una autoridad y un estandarte del automovilismo nacional, que llevaba algo más de dos décadas compitiendo exitosamente. A mí me entregaron de la categoría ‘Turismo de Clase’ Serie 6, y así sucesivamente se fueron entregando todos los trofeos esa noche.

Lo más emocionante de la noche me ocurrió al final cuando el maestro de ceremonia, llamó a la ex Miss Universo, Luz Marina Zuluaga de Vélez, para que hiciera entrega de un premio especial. Cuál no sería mi sorpresa cuando me llaman a la tarima y ella me dice, “Hernán, con mucho cariño y afecto le hago entrega de esta fotografía, tomada por Enrique, mi esposo a su paso por esta ciudad cuando se corrían las ‘500 Millas Colombianas’, hace unos meses atrás”, dicho esto, me abrazó y me dio un beso en la mejilla. “Gracias reina hermosa, ahora contágieme de suerte para mañana. Good Bye”. ¡Creo que no me lavé ese lado de la cara durante varios días!

Esta es la fotografía tomada por el Dr. Enrique Vélez y entregada a mí por la ex Miss Universo, Luz Marina Zuluaga

Luego de eso estuvimos un rato más, compartiendo con nuestros compañeros, directivos y aficionados y después nos fuimos a alistarnos para la última etapa de Manizales a Bogotá y a descansar. Esta sin duda iba a ser la etapa más dura de todas por la topografía y porque había varios tramos sin pavimentar.

Siempre existen esos ‘gusanitos’ de nervios que nos suben por el estómago hasta la garganta antes de cada carrera, especialmente la noche anterior cuando para muchos no es fácil conciliar el sueño, gracias a Dios éramos aún jóvenes y esa inmadurez nos regalaba algo de irresponsabilidad, razón por la cual cuando caía a la cama dormía como un lirón.

La delegación caldense posa en frente de sus bólidos

Etapa Nº4 – Manizales – Bogotá
Fecha – Junio 4 de 1967
Distancia – 311.6 kilómetros
Ganador – Álvaro Azcárate Rivera
Auto Nº – 20
Marca – Mercedes-Benz 250
Modelo – 1967
Tiempo – 3 horas, 38minutos, 22 segundos
Velocidad Promedio – 85.61, km/h
Región Representada – Municipio de Buga, Valle del Cauca.

Esta fue una carrera sumamente difícil, y el tiempo no ayudó, pues el rey sol brilló por su ausencia y en cambio la reina lluvia hizo presencia durante casi todo el recorrido. La geografía de la carrera mostraba una carretera sinuosa y en regular estado, con muchos tramos sin asfaltar, todos hubiéramos querido llevar al “Señor de los Milagros” de Buga, de copiloto.

En esta ocasión no se batió el record del ‘Ganso’ Garzón, de 3 horas, 25 minutos, 45 segundos. El mejor tiempo entre Manizales y Bogotá lo obtuvo Álvaro Azcárate Rivera, de Buga, en un Mercedes-Benz 250, con 3 horas, 38 minutos, 22 segundos. Con este tiempo, el Sr. Azcárate se consagró campeón en su categoría ‘Turismo Serie 5’ y aunque en el Circuito Central Colombiano, no había un ganador absoluto, sino siete campeones, uno por cada categoría, lo cierto es que sumados todos sus tiempos en las cuatro etapas los tres primeros puestos los obtuvieron el Sr. Álvaro Azcárate Rivera con 15. 58. 06, ocupando la segunda posición en la general me ubiqué yo, (Hernán Gaviria Mejía), de la categoría ‘Turismo Serie 6’, en un Ford Fairlane 500, con 16. 15. 47, y cerrando este trío estuvo Francisco Azcárate Rivera, que al igual que su hermano corrió por la ciudad de Buga en otro Mercedes-Benz 250, en la categoría ‘Turismo Serie 5’, y sus tiempos sumaron 16. 15. 54. Definitivamente fuimos los tres mejores pilotos de todo el VII Circuito Central Colombiano (Año 1967).

El diario El País de Cali, ofreció esta lista con los detalles de los tiempos de la última etapa, junto con la sumatoria de los tiempos en cada una de las categorías, e indicando cada uno de los campeones por categoría.